Cada equipo busca llegar al 27 de octubre de la mejor manera posible. Uno intenta ser moderado y el otro se aferra a la esperanza. El estadio está lleno. Que empiece el show.
Ya pasó más de un mes de las PASO y el estadio se volvió a llenar de miles de argentinos que están expectantes por el futuro. Desde hace una semana, cuando empezó formalmente otra vez la campaña electoral, las luces están prendidas y las cámaras enfocan a los dos candidatos que tuvieron más votos. Se espera que se muevan, que accionen, que corran la cancha, que transpiren la camiseta, pero no: por ahora eso no sucede. Acá nadie se anima a jugar.
De un lado del césped hay una suerte de kirchnerismo que intenta ser moderado. Este equipo está integrado por una capitana que se jacta de tener un don porque, en tres meses y solo con un llamado telefónico, transformó en la figura del plantel a un jugador que parecía retirado. Que compartan el mismo apellido, aunque no sean familiares, quizás haya ayudado, o no. Quién sabe. Lo único cierto es que, desde el 11 de agosto, aquel que se creía afuera de toda convocatoria es la tapa de los diarios y, a aquella que la pensaban extinguida políticamente, está cerca de volver.
Se espera que se muevan, que accionen, que corran la cancha, que transpiren la camiseta, pero no: por ahora eso no sucede. Acá nadie se anima a jugar.
El pasado busca ser presente pero para lograrlo tiene que ser cauteloso y no pensar en caliente. Por eso, cada jugada es fríamente calculada. La figura del equipo esto lo tiene claro porque quiere retener la goleada que logró hace un mes. Entonces se mantiene en su zona de confort, sin jugar, sin proponer, sin mostrar qué pasaría si ganara. Justamente, de concretarse el triunfo, existirá un problema para este jugador relacionado con la independencia para tomar decisiones. Porque el éxito confunde. ¿Podrá la capitana controlar a su elegido?
Cuando la cámara gira para el otro costado de la cancha se ve a un macrismo que pretende rearmarse tras la primera derrota. Llegaron a agosto con una mística similar a la del Boca de Carlos Bianchi. Y, como nunca habían perdido una elección, el golpe fue aún más duro. Tan duro que trajo una batería de medidas y hasta se cambiaron jugadores. Pero las heridas todavía no sanan. Frente a una minoría optimista también hay una mayoría pesimista que ya se anima a hablar de vidalismo. En el medio de tantas internas, el Presidente del equipo que había jugado en las PASO ahora sabe que es más importante gobernar para llegar airoso a fin de año. Se mantiene mirando el partido de costado, sin meterse en el barro electoral. Quedándose quieto. ¿Será suficiente la nueva estrategia para dar vuelta el resultado?
El kichnerismo debe tener cuidado con el éxito porque a veces confunde. El macrismo llegó a agosto con una mística similar a la del Boca de Bianchi. Por eso, el golpe fue aún más duro.
Cada equipo cuenta con su público fiel, ese que te sigue a todos lados sin importar dónde juegues. Los seguidores kirchneristas están tan desaforados que hasta alentaron en shoppings porteños. Se entusiasman, se estimulan, se apasionan tanto que la figura de su equipo se despega de sus prácticas y la capitana tiene que, internamente, controlarlos para que mantengan la compostura. Claro, cuatro años fue mucho tiempo. Los fanáticos del macrismo se animan entre ellos, se dan empujones para reaccionar aferrándose a la última oportunidad que tienen de dar el batacazo. Se contagian de algo que les hizo ganar en 2015: la esperanza.
El partido ya empezó y el tiempo está corriendo. Que gane el mejor.
Por Daniel Vico para INGOB.
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