La grieta no es tan solo una disputa política. Es un quiebre entre dos visiones de la realidad totalmente antagónicas y cada vez más irreconciliables que nos condena a vivir bajo un desequilibrio crónico.
Cuando la realidad política de un país se encuentra agrietada, el sistema de partidos se vuelve centrífugo y se polariza con el paso del tiempo en posiciones radicales y extremistas que no contribuyen al consenso y al diálogo. Y en este contexto de pandemia mundial, tener serias dificultades para encontrar equilibrios puede tener consecuencias muy graves. La duración de la cuarentena es el mejor ejemplo de esto.
Hasta que aparezca la vacuna, el aislamiento social se constituye como la única profilaxis posible frente a un virus de rápida propagación y simple contagio. Y por los daños colaterales que causa, principalmente la caída económica producto de un freno en las actividades, la cuarentena demanda prudencia, seriedad y, sobre todo, equilibrio en cuanto a su administración.
Muchos gobiernos alrededor del mundo han actuado con honestidad y han encarado procesos de avances y retrocesos conforme la situación sanitaria permitía una apertura o demandaba un cierre estricto. Sin embargo, esa muñeca política no se visibiliza en una Argentina que lleva casi 120 días de cuarentena y que no ha sabido regular la intensidad del aislamiento y sus consecuencias.
Cuando la realidad política de un país se encuentra agrietada, el sistema de partidos se vuelve centrífugo y se polariza con el paso del tiempo en posiciones radicales y extremistas.
Para un país que tiene dificultades para la búsqueda de consensos, que cuando elige una dirección se enamora de ella y no logra poner ni una luz de giro, la cuarentena se constituye como una única bala de plata que el gobierno debía elegir sabiamente cuando disparar para enfrentar el virus.
La utilizó en marzo, con una cantidad de casos baja y con todo el invierno por delante. Y si bien sería muy apresurado evaluar hoy si la bala fue disparada en el momento correcto, lo que sí debemos replantearnos como sociedad es nuestro escaso margen de maniobra frente a los escenarios complejos. Esa tendencia que muchas veces nos impide admitir errores y buscar nuevos caminos o escuchar propuestas de otros espacios que sean superadoras de las nuestras y ponerlas en práctica por el bien de todos.
El Coronavirus abrió un espacio de diálogo entre los sectores conciliadores y moderados de ambas coaliciones dominantes. Esperemos que la inercia de los extremos radicales no tire por la borda el pequeño, aunque prometedor, camino recorrido; y que pronto podamos disfrutar de una Argentina equilibrada, donde la sensatez y el bienestar de la ciudadanía primen por encima de cualquier grieta o posición política.
Por Federico Rivas para INGOB.
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